lunes, 9 de enero de 2012

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Madrid se aleja como siempre, gris, pero envolvente.

Cuanto más me alejo, mas irónica es su burla. La señora del pelo enmarañado me da la espalda, ya ni siquiera se despide…que ingrata es la confianza. Los bloques de pisos se suceden, como se suceden los recuerdos que dejo en Atocha. Permanecen inmóviles, parcos y feos, muy feos, no dicen nada, ni mueven un espacio de muro. Y luego las naves, solitarias en medio de gramíneas y hierbajos, cercados de vallas de soledad, estupidez y aburrimiento.

Tiene cierta gracia que cuando te vas, la ironía del tren te lleva hacia detrás para que visualices bien lo que dejas atrás…y siguen las naves; los obreros como ovejas, van y vienen a sus puestos. Descargan mercancías, las cargan como el que pasa el día leyendo…rutinarios. Aunque presumo, mucho de ellos, tras las pesadas mercancías dejan también pesadumbre de su vida monótona con tal de fingir lo felices que son pudiendo lograr su medio de sustento, aunque este no sea más que tedio y sin sentido, cobrados. El paisaje va tiñéndose de rojo, verde y amarillo y de vez en cuando una nota discordante de morado.

Y de repente autos, miles de autos que nadie compra, solo vislumbra, anhela o espera comprar. ¡Qué curiosa es la vida! Un cansado trabajador con tez oscura y ajada por el maltrato del sol y seguramente de la vida, decide reposar su suculento menú de sardinas en lata y cerveza, apuesto que caliente, bajo la sombre del último modelo de un automóvil, que no piensa en aspirar a él. Quizás esa sea la vez que más cerca este contemplarlo. Tan cerca y tan lejos. Caprichos de destino.

Una vez más sobre mi melancolía al abandonar la ciudad que adoro me siento feliz y afortunada, y sonrío hacia el cielo azul por no ser el obrero que transporta pesadas mercancías ni el trabajador que contempla desde el suelo unos sueños que se escapan.

Colinas de pinos, campos de trigo, andenes solitarios y fantasmas... Vuelvo allá donde pertenezco, a una nube de aceituna y vid. Se suceden los campos con las vías, la tierra y la nada me dan la mano, y yo, le doy la mano al sueño.

Continuo viaje de ida y vuelta. Permanentes encuentros fugaces que desatan la inquietud de un solitario espíritu en busca de caminos.

No sabe un espíritu donde empezar a caminar, que camino llevar hacia ninguna parte, aunque dicen que lo que importa es el camino.

El viaje hacia uno mismo es el más largo, el más caro, el mas difícil para escoger fecha, por que el dueño suele estar ocupado o de vacaciones…Encontrar a la fiera en casa tranquila, es, a medida que creces, casi una misión imposible. Sin embargo, la fiera nos tiene que pillar en el recibidor del autoconocimiento, para cuando se siente en su sofá hogareño, podamos llamar a la puerta y entrar, si prisa hasta el yo, comprar el billete y despegar…

Afortunadamente, un viaje siempre tiene compañeros, buscados o encontrados. En la búsqueda del camino hacia el entendimiento egocéntrico no llevamos un mapa que nos guie donde hallaremos el tesoro, ni debemos preocuparnos de que la ruta varíe y nos desviemos del lugar al que pensábamos llegar. Es la magia del corazón…. Nos sorprende a casa paso en nuestro caminar. Y por ello y con ello, el paseo hacia el “quién soy” iremos acompañados, la mayor parte del camino, de personas que nos darán aliento en las subidas, nos frenaran si corremos demasiado, nos levantaran al caer, nos harán caernos, abrirán y cerraran nuestras heridas, cogerán nuestra mano y sonreirán nuestra tristeza. Aprenderemos con ellos que es la familia, que es el amor, y el desamor; sentiremos la amistad, la compasión, el dolor, la tristeza, la nostalgia, la traición, la decepción, el poder e incluso despertaran en uno mismo emociones y sensaciones que ni imaginábamos sentiríamos.

Al final, para comprender que el camino hacia uno mismo, aparte de ser el viaje de tu vida, es la búsqueda de la ansiada FELICIDAD y que esta no es más que una actitud , una posición frente a la existencia, tu existencia.

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