sábado, 6 de agosto de 2011

El hombre de rojo

Cuando los pasos de su padre comenzaban a sonar lejanos, agarró fuerte las faldas raídas de su madre. Tenían 3 caminos: el camino a Barcelona para su padre y el posterior exilio, el camino a Madrid para su madre, él y sus dos hermanos mayores o el camino de quedarse unidos y morir juntos. Eligieron vivir y esperar el fin de la guerra para volver a ser una familia. Tras la separación, llegaron las bombas, el sonido de las sirenas a media tarde, una capital destruida, mujeres y niños sin hombres. El hambre. Comer un día sí y cuatro no. Robar melones, lechugas, saborear la dulzura de la cáscara de los plátanos tirados en la Gran Vía.

Mi abuelo me cuenta miles de historias sobre la guerra, sobre su familia y sobre como su infancia estuvo marcada por la tristeza y la ausencia de un padre. Ahora es un hombre bueno, con la piel surcada de experiencia. Siempre nos anima a vivir felices y exprimir la vida que tenemos. La guerra le dejó memorias, recuerdos y secuelas que han marcado su personalidad y la nuestra. Muchas veces, cuando oigo sus historias, no puedo evitar pensar en ese hombre de camisa roja que dejó en mi abuelo el germen del hombre que es hoy.

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